alex-fleitesNació por azar en Venezuela, pero es de estirpe cubana y vive en la isla, desde donde sale a menudo a echarle un ojo a algunos continentes. Contemporáneo de Reina María Rodríguez y Leonardo Padura, otros dos autores que residen en La Habana.

Entrevista

     José Ángel Leyva

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i para algunos de sus contemporáneos, Alex Fleites es el Fayad Jamís de su generación, entonces Alex Fleites tiene algo de venezolano, porque Fayad nació en Zacatecas, pero es cubano, y el cubanísimo Fleites tuvo su lugar de nacimiento en Caracas. Fleites tiene también una presencia editorial en México con su antología Alguien enciende las luces del planeta y algunos libros de cuentos, también editados en España. Como quiera que sea, Alex Fleites comparte generación con figuras relevantes de la isla como Leonardo Padura, Reina María Rodríguez y Víctor Rodríguez Núñez. El segundo apellido de Alex es justamente, Rodríguez. Fayad Jamís sería justamente el referente más inmediato al grupo Orígenes de los jóvenes mimados por la revolución y luego desencantados por sus resultados. Casa de las Américas o la revista El Caimán Barbudo fueron también parte de la historia literaria y sentimental de la juventud cubana de los años setenta y ochenta. Nuestra conversación se concentra en la insulidaridad del ser y en esa necesidad de salir para volver o para entrar en la distancia.

desafio

Qué noción cultural y existencial, temporal, te da pertenecer a lo insular:

“En la Isla, es decir, / en esta nave donde los sueños son posibles, / ayer los alisios sostenían a las gaviotas,” (Breve ensayo de interpretación de la poesía inglesa). “En la Plaza de Armas, / una tarde de otoño, / alguien como tú se mirará / en la fuente que le sirve al gorrión / para beberse, a pequeños sorbos, / el cielo de la isla” (Habanera).

Las islas son espacios cercados. A veces, no sólo por el mar. Por las islas comúnmente no se pasa. De las islas uno se va, o a las islas uno viene. Virgilio Piñera –nuestro Virgilio criollo– habló en versos de fuego de “la maldita circunstancia del agua por todas partes. Para él la isla era imposibilidad. Para otros la isla es algo así como un ángulo perigonal (360º) que se abre al mundo. Delante está el mar, lo ignoto, el abigarrado paisaje de culturas diversas. Y ante esa circunstancia uno puede experimentar anhelos o miedo.

En las islas del Caribe el cruento sol sella la carne de sus pobladores. Y estos se cuecen en sus propios jugos. Quizás por eso los isleños de esta parte del mundo tenemos/amamos los sabores acentuados, ese todo o nada que nos convierte en seres extremos, categóricos, indefensos.

Los sueños casi siempre son posibles a escala reducida. Un gorrión puede “beberse el cielo de la Isla”, pero no el de un continente. Digamos que esto último no sería “poéticamente verosímil”.

A la insularidad geográfica de Cuba se une, desde 1959, la política. Llámese bloqueo o embargo, ese otro aislamiento es una avenida de doble vía. El inhumano cerco económico que se impuso a la Isla por parte de los Estados Unidos, y el que el mismo gobierno cubano infringió a sus pobladores, que han vivido tanto tiempo con angustia de plaza sitiada.

No conozco la insularidad en abstracto. No sé cómo podría ser en Grecia o en las Azores. Yo pertenezco a Cuba de una manera sentimental, que es algo que va más allá de términos confusos y manipulables como “patria” y “nación”. En Cuba soy. Si lo padeciera, en todo caso mi patriotismo no sería nunca una condición que puede otorgar o suprimir un burócrata, algo que se consigna en pasaportes o en actas de nacimiento.